Sobre la empatía



Era una batalla de fuego y hielo. Dos dragones alfa luchaban para hacerse del control de los demás dragones. Las dos bestias, descomunales, feroces, se enfrentaban con sus grandes cuernos y sus gélidos alientos. Entre el humo del fuego y el vaho del hielo, muere el dragón protector, el bueno. El otro, terrible, controlado por un vikingo perverso y rencoroso, se hace cargo del resto de los dragones, controlándolos a través de una especie de telepatía.

En ese instante, Fernando estaba paralizado, con los ojos abiertos y redondos, todavía con un bocado de su almuerzo en la boca, incapaz de masticar ante tal escena. Veíamos la película animada Cómo entrenar a tu Dragón parte 2. El día anterior habíamos visto la primera película de esta serie y le había encantado. Había vivido, junto con el muchacho y su dragón, la aventura de una amistad imposible. Había arreglado la cola del dragón con aquella prótesis y había volado junto con ellos. Sigue comiendo, papá, le dije, devolviéndolo unos segundos a su realidad.

El dragón alfa victorioso y siguiendo la orden del vikingo perverso, comienza a controlar al dragón del muchacho. Gran amigo y compañero, se esfuerza para no dejarse controlar pero sucumbe ante el poder del dragón alfa. La bestia le ordena que mate a su dueño, ese particular héroe lisiado al igual que su dragón. Justo en el momento en que el escupitajo de fuego iba directo a él, se interpone su padre y muere.

Fernando seguía con sus ojitos de media luna abiertos como platos.

La escena no pudo ser más dramática. El héroe llora la muerte de su padre. Culpa y rechaza a su dragón que, así lo vemos, se siente culpable pero no logra comprender lo que ha hecho. No puede entender por qué su dueño lo culpa a él.

En ese instante, Fernando me sorprende diciendo, papi, voy a llorar. Abrí mis brazos y lloró en mis hombros. Con mucho sentimiento. No logró ver la escena en que el dragón del muchacho es raptado por el vikingo malo y se lo lleva a invadir su isla nativa.

Fernando tampoco pudo comprender por qué el muchacho lo culpaba a él.

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