Las primeras hojas de la noche


 Siempre me ha fascinado la imagen literaria que me he creado de Pancho Massiani, como la de Salvador Garmendia, que invoca a ese espacio y tiempo donde la buena literatura nos envuelve como la nubecilla de un café tras un sorbo o aquella sensación mágica de la lectura compartida...
 
Celebrando el Premio Nacional de Literatura 2012, mi pequeño homenaje a este entrañable escritor, publicado en un periódico local el 18 de julio de 2001
 
Francisco Massiani, Premio Nacional de Literatura 2012
 
Allí estaba él, recostado en su sillón, observando la matica que crecía en alguna de la macetas de su apartamento. Pensando en la vida, en su Caracas decadente y llena de pasiones desencantadas, pensando en los personajes de esta historia que va deshilándose en millares. Allí, en algún momento de la noche, entre el oleaje que formaba las hojas de la matica, una de ella se separa de la otra para crecer... Otra historia que nace
 
Puede ser, como también puede que no, que así halla comenzado a entretejer algunos de sus cuentos el escritor Francisco Massiani (Caracas, 1944); por lo menos, así lo imagino. Quizás, de ese pequeño fenómeno natural, como otros tantos sumergidos en la sombra de la cotidianidad, nació Las primeras hojas de la noche (Monte Ávila Editores, 1975); libro que, como suele pasar en ciertas ocasiones cuando la casualidad pareciera que me persiguiera tratando de convencerme de su existencia, llegó a mis manos ignorantes tal joya narrativa.

Un escritor que sabe observar las infinitudes que caracterizan nuestra existencia, nuestro comportamiento ante una sociedad que ya anda en los albores del suicidio, aunque se entrevean migas de esperanzas, cuando los sentimientos (unos ojitos, algunos muslos trigueños, esas sonrisitas que iluminan el alma) finalmente sucumbe la decadencia de la sociedad.

Francisco Massiani, redefine el cuento venezolano, sin abandonar las clásicas peculiaridades de la narración corta. En los diez cuentos que integran la obra, combina magistralmente lo lírico y lo grotesco, bajo monólogos de excesiva carga de sentimientos encontrados, experiencias que en los personajes ejercen una gran influencia cuando intentan relacionarse con sus semejantes, con sus yo reflejados en los demás. Personajes, muchos de ellos jóvenes adolescentes (etapa difícil, de los primeros amores, de las primeras fumadas, de encuentros con el suicidio y “váyanse todos para el carajo”), que muestran sus debilidades y sus temores como si íntimos amigos fuesen de nosotros, quienes nos sumergimos en aquellas palabras que de repente cobran vida. Nos hacemos partícipe de sus dolores, desilusiones y desencantos; también, de sus primeros encuentros con el amor que igual son los nuestros: aquel cosquilleo en el estómago “...como cuando vamos en un auto y de golpe el auto llega a una subida, y cae, y a ti te entra algo, se te abre algo en la barriga, y se te llena la barriga de ese miedo dulce que después sientes que se te escapa y te lo deja como vacío, como con un hambre raro.”

Los monólogos de los personajes están exentos de formalismos o excesividad intelectual. Usan su propio lenguaje, el de la calle, para transitar por las fronteras (y más allá de ellas) del cuerpo que nos lleva y nosotros mismos. De insignificancias de la vida cotidiana, de la vida citadina caraqueña, el escritor, a través de sus historias, hace una introspección del comportamiento humano, ese laberinto que es nuestra mente y que se refleja, pocas veces, en nuestro compartir del día a día. Allí es cuando surge lo grandioso, de unas, quizás considerada por muchos, pequeñeces de la vida, se convierte en todo un torbellino de sentimientos que desencadenan una conducta y una forma peculiar de pensar. Así, compartimos con Juan su transitar vertiginoso al tratar de comprarle un regalo a su Julia, esa niña “...con su sonrisa de espuma roja...” y que es el objeto del tormento que vive este personaje.
Palabra que no era fácil. Casi todo el mundo regala discos y los pocos discos de moda son tres, cuatro. Julia iba a terminar con la casa llena de discos repetidos. Además tenía sólo veinte bolívares y así no se pueden comprar sino discos o chocolates o alguna inmundicia parecida. Yo nunca le regalaría un talco a Julia. Menos, un muñeco. Tiene una colección de muñecos desbaratados en el cuarto y lo de chocolates, menos, porque sé que Carlos se los comería todos. Carlos, tan perfectamente imbécil como siempre. Lo imagino clarito: Oye Julia, dame un poquito. (Ob. Cit.)
Francisco Massiani nació en Caracas en 1944, autor de la obra Piedra de Mar (1968) que ha sido considerada un clásico de la literatura juvenil venezolana. Parte de su niñez la vivió en Santiago de Chile y residió por un tiempo en París. Además de este libro y el antes mencionado, ha publicado: El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975), Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal (1976), Con agua en la piel (1998), entre otros.

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