Cuentos en el bus V

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¿Para qué serviría sentarse junto a la ventana de un autobús si no es para husmear a la gente dentro de los autos que pasan al lado? Cada vez que logro sentarme en el puesto de la ventana, aprovecho para observar las mínimas vidas que se transmiten tras el vidrio del conductor o del copiloto o del parabrisas. Espero que surja algo interesante. Trato de ver si alguna mano está en algún lugar indecoroso. O haciendo alguna travesura. Una mano tras el volante y la otra en alguna entrepierna. Cada vez que veo a una mujer manejando trato de ver si lleva falda. Si es así, trato de graduar la vista para observar ese triángulo minúsculo que podría verse si abriera un poco más las piernas. ¡Coño! Por si acaso fijo mi mirada allí y espero. Y pienso. A veces pienso en que la vida siempre empieza y acaba en un viaje de bus. Cruzas caminos, ciudades y semáforos. Los semáforos son buenos. Me dejan ver en detalle aquellas ínfimas vidas que transcurren dentro de los autos. Y los buses son un palco privilegiado. A veces, en esos segundos de espera, la mujer con falda abre un poco las piernas para rascarse un poco allí. El hombre de otro auto vecino comienza a cantar alguna insonora canción, pensando que quizás, nadie lo está viendo. Excepto yo. A veces hay niños en el asiento trasero. O en el delantero y andan de un lado a otro y pienso e imagino un accidente y el cuerpecito estrellándose en el parabrisas y el parabrisas que se rompe y el sangrero y las vísceras. Qué risa, coño. Me cago de la risa. Y pienso. Sigo pensando en los tantos buses que uno ha tomado en la vida, para ir y venir, para salir de la desgracia del país y aventurarse a lo desconocido. Para trabajar, para ir a un puto concierto de Sabina, para unas cervezas con algún pendejo que brindará una ronda. Y veo a las personas en los autos y a veces me veo junto al conductor. Abriéndole las piernas a la mujer de falda que acelera hasta el fondo. Cantando con el hombre alguna canción de metallica o de maiden. O jugando con los niños o tomando en mis brazos ése del asiento delantero para que no se estrelle con el parabrisas. Aunque me cague de la risa. Pero no, tampoco así. El semáforo cambia a verde y pasan los autos. Pasan al bus que siempre va lento, un andar cansino, como un lamento. Y un auto o dos, van a una velocidad pareja y observo. Una pareja ríe. Jóvenes. Que no saben una mierda de lo que es pasar hambre siendo director en una empresa de telecomunicaciones en tu país. Para luego salir de la mierda en un bus incierto, cruzando veredas peligrosas por el occidente del país hasta llegar al nacimiento de la cordillera andina y es donde la vaina se pone pelúa. La madrugada, un desvío por un paraje de mierda, de mal cuento de terror. El conductor y su ayudante contrabandeando gasolina y la oscuridad de la noche que lo observa todo. La pareja ríe y se toman de la mano. Anda, coño, tócale el muslo, acaríciale, ¡haz algo! El auto adelanta al bus. Mierda. Seguro la sobó. Seguro ella le abrió el cierre del pantalón y comenzó a hurgar. Seguro siguen con sus risas mariconas. Y pienso. La vida que transcurre dentro del bus es silente, de sala de espera de hospital. Como los de mi país. Las miradas tratan de no verse y ven algún punto, alguna mancha en la vieja carrocería del transporte, de las ventanas húmedas por el frío de mierda de la mañana. Las manos no quieren rozarse. Los miembros se asustan si alguna nalga insinúa un tacto. La vida, dentro del bus transcurre aburrida, monótona, miserable. Afuera, por otro lado, están las risas mariconas, las canciones insonoras, las faldas que no terminan de levantarse. Está la diversión. Otro semáforo, otro auto. Una pareja de mujeres discute mientras veo un escote que desea ser visto y disfrutado. La copiloto se refugia en la ventana y por un momento se cruza con mi mirada. Mantengo la mía entre la suya y su escote. Y quizás hubiésemos pasado una eternidad mirándonos si no fuese porque la otra la jala y le estampa un beso de reconciliación. ¡Coño! El auto sigue y el bus sigue por otro camino. El camino ido y venido de todos los días. Esta viajadera por estos mismos caminos, en estas frías mañanas, en esta lata de sardinas en que se convierte el bus y compartimos espacios, respiraciones, olores y el calor del otro. Que al menos esa disfruto. Como aquella medianoche que regresaba de trabajar y un borracho se sienta justo a mi lado, estando casi vacío el bus. Y se apoya en mi, casi me pide que lo abrace. Estuve a punto de arrojarlo al piso pero el calor, en contraste con el frio coñoesumadre de la madrugada serrana, fue superior y nos quedamos así juntos, dándonos calor, él roncando su borrachera y yo aguantando su aliento a mierda alcoholizada. Una moto pasa. Se creen la gran verga, pienso. Quizás lo pienso porque las motos me dan miedo y la envidia de los que no sienten miedo me carcome y por eso pienso estas vainas. Una última vista a la vida mínima del último auto que podré ver. Una mirada indiferente viendo tras la ventana del copiloto. Siempre encuentro una, no importa si de mujer u hombre. Y pienso que piensan. Que van reflexionando sobre lo miserable de sus vidas. Que piensan que mañana irán en el mismo auto, andando sobre los mismos caminos y las mismas frías mañanas de mierda. Que imaginan una vida, otra vida, mejor vivible que ésa. Y pienso. Y me veo allí. Y, coño, otra vez yo pensando en que no soy yo, que soy ése o ésa que está allí, viendo tras la ventana cómo pasa la vida a cuarenta kilómetros por hora y que cada día se repite y vuelve a retrocederse la película para volver a ser reproducida desde el principio. Y así va el lunes, el martes, el miércoles de nada, el puto jueves y el coñísimo de su madre del viernes. Y el bus llega a su destino. Y bajo por la puerta trasera junto al mar de cuerpos que siguen sus propios caminos y pensamientos. Y pongo el pulgar en el aparatico de mierda, saco mis credenciales, sonrío, doy los buenos días, me quito el saco, busco un café de mierda y me siento en mi escritorio, frente a la pantalla, que me recibe con una chorrera de correos de mierda que tendré que leer y contestar y olvidar.

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