Roberto Bolaño, una semblanza

Roberto Bolaño 1953-2003







Ya el escritor estaba sentenciado a la muerte, lo sabía apenas iniciada la década del fin de siglo. Pero la Muerte, vista como una forma risible, burlable, no impidió que escribiera con gran ahínco la mayor parte de su producción literaria. O pensándolo mejor, la certidumbre de su cercana mortalidad fue lo que impulsó tal prodigio, tal obra que lo entintaba de inmortalidad, aún cuando criticaba la estupidez de muchos en creer en la inmortalidad que da una obra literaria a su autor.

Nacido en Chile, Roberto Bolaño (1953-2003), un tipo flaco, de cabellos revueltos, mirada inocente y burlona, grandes aureolas como lentes e infaltables cigarrillos, un Woody Allen tropical, nunca fue chileno, ni por crianza, ni por amor, ni por patriotismo. Rehuía de cualquier apatriamiento que fronterizara su particular forma de ver la cultura. Soy latinoamericano, dirá alguna vez. Su adolescencia la vive en una Chile que se preparaba para la revolución y su posterior caída, cuando la sangre derramada de Allende llenó de lágrimas el rostro de Latinoamérica. En México, donde su familia emigrara en 1968, Bolaño comienza una formación intelectual e ideológica que lo lleva a involucrarse con el trotskismo, ala del marxismo que promulgaba la idea de una revolución permanente; también lo retorna a Chile, en 1973, para apoyar el proceso revolucionario de Allende. Más tarde se dará el golpe y Bolaño caerá preso.

Las anécdotas de esta época enriquecerán gran parte de la obra de Roberto Bolaño, algunos cuentos del libro Llamadas telefónicas (1997) retratarán estas experiencias, como la singular historia cuando estuvo preso luego del golpe. Allí, con la incertidumbre del tiempo, del destino, dos policías se encuentran con él. Esperaba lo peor. Uno de ellos lo interroga, ceñudo. ¿Te acuerdas de mí? Una leve sonrisa se bosqueja en el rostro policial. Fui compañero tuyo, ¿recuerdas? Bolaño saldría a los ocho días de encerramiento gracias a ese feliz encuentro de infancia. No, no recordaba al compañero, confesará años después.

De vuelta a México en 1974, publica sus primeros poemas en el libro Reinventar el amor (1975); luego viaja a España en 1977. Otra vida llevará Bolaño en tierras añejas, una variedad de trabajos engrosarán una hoja de vida dispareja, desordenada, innumerable. De un trabajo a otro, feliz con ese cambio de quehaceres, tendrá luego tiendas de bisutería y ropa, una vida de comerciante que contrasta con su trabajo sobre el papel. ¿O acaso no es otra forma de comercio, el de las palabras y las historias? “Por las noches, después de contar las ganancias y las pérdidas del día y anotarlas en un cuaderno muy grueso, me ponía a escribir, tirado en el suelo...” De esa época, Bolaño se jactará de haber vivido durante un tiempo de los concursos literarios, incluso será tema de uno que otro cuento, aquellas convocatorias literarias de provincias españolas que bien pagaban y que el escritor rastreaba como buen detective. Luego, vendrá Blanes, un pequeño pueblo mirando al Mediterráneo que el autor hará su hogar a partir de 1993. Será en esa década en la que su obra adquirirá un mayor renombre, no sólo por la lista de premios que recibirá, sino también, según algunos críticos, por la nueva propuesta que irrumpirá en la literatura latinoamericana.

Ya su primera novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), escrita en conjunto con Antoni García Porta había recibido reconocimientos. También Pista de hielo (1993), pero la que mayor impacto tendrá será Los detectives salvajes (1998) que recibirá el Premio Herralde y el Premio Rómulo Gallegos en 1999. Con esta obra, Roberto Bolaño mostrará una literatura en la que el lector participa activamente en la obra; si Julio Cortázar resquebraja el vidrio latinoamericano de la literatura con Rayuela (1963), dejando atrás la irónica concepción del lector-hembra; Bolaño terminará, casi tres décadas después, de partirla y convertir en divertimento de enigmas y rompecabezas el hacer y leer literatura. Aún cuando se le considere a esta novela la obra cumbre de Bolaño, no es del todo correcto.

Sus novelas y cuentos son pequeños nudos que entrelazan historias comunes, una forma de escritura que Bolaño adopta pensando en varios libros a la vez, en la que algunos cuentos servirán de estímulo para alguna novela o viceversa. Esto lo afirma el mismo Bolaño: “En literatura, soy partícipe de una simetría espantosa (...) Los cuentos son el punto de inflexión ¿o reflexión? Antes de emprender la novela”. Así también lo observa el escritor venezolano Juan C. Méndez Guédez refiriéndose a la novela posterior a Los detectives salvajes: Amuleto (1999) “regresa sobre algún fragmento de Los detectives salvajes para reinterpretarlos y reconducir a los lectores por los otros vericuetos posibles de una historia.” Sobre Bolaño surge una espiral de historias y personajes que van y regresan movidos por los azares de la literatura o por la genialidad del autor, un recorrido como el que hará ese personaje intrigante del cuento El ojo Silva.

Roberto Bolaño, con una irónica humildad (lo irónico y lo humorístico no sólo es característico en su obra sino en su personalidad, según lenguas versadas), reprochaba a los que decían que él era uno de los escritores con más futuro en Latinoamérica; no lo era, decía, pero sí era uno de los escritores “que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.” Más que escritor un lector, de libros, de su época, de su generación y del hombre. Recibió a la Muerte esperando un trasplante que nunca llegó, el 15 de julio de 2003, en la Barcelona que le mostró una vida más allá de la literaria.

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