El invitado de Drácula

Publicado el 28 de marzo de 2001 en el Correo del Caroní

Bram Stoker (1847 - 1912)


Diario de MVC

Rumania. Septiembre, 27. Hoy conocí a Drácula. Luego de intercambiar algunas palabras con él decidí comenzar este diario y registrar mis impresiones (y temores) de la convivencia con tal ejemplar ser. Motivado por la lectura de la novela de Bram Stoker (Dublín, 1847) había viajado hasta Rumania para conocer la llamada “Ruta de Drácula”, ruta en la cual es llevado el turista a recorrer los parajes en que Vlad Tepes (personaje de la historia en el que Stoker se inspiró para su singular Drácula) dejó su sangrienta huella. La jornada comenzó en Bucarest y continuó pasando por el lago Snagov, Tirgoviste, Poienari, Sighisoara, Bistrita, Birgaului, Brasov hasta culminar nuevamente en la capital del país. De aquella maraña de arquitectura histórica y turistas con cámaras digitales, decidí seguir solo mi camino por una callejuela oscura que incitaba en mí, una extrema curiosidad. Dejé que su aire envolvente me llevara hasta su interior. Allí pude ver, dibujada en el vacío, la sombra de Drácula.
Sin darle importancia, proseguí mi camino por aquel estrecho pasaje, mirando los ventanales de los viejos edificios que se levantaban sombríos y los desechos que alfombraban el pasillo. Finalmente, al llegar hasta la sombra, ésta se desvaneció... y sentí la fría mano de Drácula tocando mi hombro. No me impresionó mucho. Un hombre, ya viejo, envuelto en un sobretodo que lo cubría hasta ocultarle los pies. Me preguntó el por qué de mi escapada del grupo de turista, por lo que le respondí el verdadero deseo de mi viaje: quería sentir la atmósfera que describe el libro, de la historia narrada por Stoker. Aquél recorrido no satisfacía para nada mi infantil deseo. Luego, con sólo un ademán me pidió que lo siguiera hasta su morada. Tras cruzar la puerta de aquella antigua edificación, escondida tras el oscuro callejón, pronunció su nombre. Una sonrisa arqueó mis labios y dejé convertirme en su invitado, olvidándome de los turistas que prosiguieron su paseo.




Septiembre, 28. Es extraño mi nuevo anfitrión. Muy cortés éste, pero de misterioso semblante y comportamiento. Esta mañana amanecí con el sol aún cubierto por una neblina espesa. Bajé de mi habitación encontrándome con un fastuoso desayuno. Busqué, llamé, pero no logré encontrar al que yo servía de huésped. Me dejó una nota junto a los panes típicos de la región:

Excúseme usted por no acompañarle esta mañana. Coma sin prejuicio.
Drácula

Mientras comía, comencé a releer nuevamente la novela de Stoker. La edición que contaba (de pobre traducción) contenía, además de un ensayo sobre la obra y la vida de Vlad Tepes, el cuento “El Invitado de Drácula” que Stoker originalmente había escrito como parte introductoria a la novela, pero que los editores de Constable Press no incluyeron en la edición final. Me sentí como aquel personaje, Jonathan Harker, un inglés que viaja para encontrarse con un tal Drácula para discutir asuntos inmobiliarios; ostentando una inmensa curiosidad decide pasear por un paraje solitario, unas ruinas de lo que antes fue un pueblo o un cementerio. Stoker basa, sin duda, este cuento en las creencias de aquella región alemana, como el Walpurgis Nacht (noche de Walpurgis) noche en la que se reúnen las brujas y brujos para evocar a los demonios. La atmósfera que sustenta la narración es la típica esencia gótica de las novelas del siglo XIX: parajes solitarios, neblinas adornando un extenso bosque, el frío que emerge de la nieve, la luna que incita a los lobos estremecer la noche, los sombríos cenotafios y sepulcros de los muertos que parecieran no estarlo… Un cuento que nos introduce un misterioso personaje que protege a su invitado, Jonathan Harker, salvándole la vida por una ignota razón, capaz de dar su fortuna por su bienestar. Aquí se dio el primer atisbo de este mítico personaje: Drácula. Al igual que Harker, yo también soy su invitado.
Al anochecer apareció mi anfitrión. Yo leía vorazmente la novela de Stoker, una serie de diarios, anotaciones y cartas, estilo narrativo muy de moda en aquellos tiempos. Se interesó en mi lectura y le dije que estaba leyendo su biografía, en son de broma. A él no le pareció gracioso el comentario, más bien adornó su pálido rostro con un gesto de desagrado. Hablamos toda la noche respecto al libro.

Septiembre, 29. La charla de ayer se prolongó hasta el amanecer. Ya el sol se abría entre las espesas neblinas y comenzaban sus rayos a crear haces blanquecinas en toda la habitación. Mi anfitrión (nuevamente aquel gesto de desagrado), se retiró sin siquiera despedirse. Aprovecho estos momentos de claridad y soledad para escribir todo lo que atormenta mi mente en estos momentos. Drácula, mi anfitrión, el mítico personaje de Stoker, un ser solitario, maldito a vivir en una eterna soledad que la noche le ha otorgado, no puede presenciar el amanecer porque la claridad le entristece, le amarga sobremanera al sentirse expuesto a un mundo que no le pertenece. Un ser desdichado por el desamor de una mujer que quiere para él, pero que, a pesar de su majestuoso poder: una simbiosis de lo que deseamos y aborrecemos, no puede tenerla. Su poder es su maldición, su condición inhumana lo impulsa a nutrirse de lo que da vitalidad al ser humano, de su sangre: esa esencia, esa sustancia, sagrada para muchos, vital para la vida humana. En ella se regocija pero a la vez le atormenta… Tanta muerte, tantos asesinatos ¡qué sacrificios ha de pagar por ser lo que es! Stoker no quería describir a un ser endomoniado, un ser “chupa-sangre” o un “no vivo”. El escritor quería describir a un ser (sí, porque Drácula dejó de ser un personaje inventado por una prestigiosa mente, dejó de ser las fantasías de los hombres para convertirse en el reflejo de aquellos) que padeciera las maldiciones y tristezas del hombre de una sociedad abatida por el poder de algunos y las desdichas de otros. 

Septiembre, 30. Parto para mi país natal. No he podido despedirme de quien fuera mi anfitrión durante estos tres días. Me ha dejado perplejo su extraño comportamiento, su insistencia en querer ser Drácula hasta el extremo de llegar a vivir bajo la envoltura de la noche y aborrecer la novela de Stoker. Sin embargo, y muy a pesar de mi extrema confusión, me siento feliz de haberme encontrado con tal ser, de haber escuchado sus palabras siniestras, de estrechar su pálida y fría mano, por haberme dejado él su huella en alguna parte de mi cuello…

A Carlos Yusti

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