Sobre los nacionalismos

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En estos días, por algún azar de la memoria, comencé a recordar a los vecinos de mi infancia.

Recuerdo que vivía muy cerca una familia de ascendencia italiana y un poco más allá en la cuadra, otra de ascendencia alemana. Había una familia de chinos a pocas casas de la mía. También había una familia afrodescendiente y una familia colombiana. Todas con hijos de mi edad y la de mis hermanos mayores. Esos hijos que forman parte de lo que podría tildar de "mi generación".

El resto de mis vecinos de infancia, en esa villa africana de mis nostalgias, eran venezolanos que migraron del oriente y occidente del país que, como mis padres, consiguieron en esa ciudad, mi ciudad natal, cobijo para vivir y crecer y hacer familia.

Recuerdo al albañil que ayudó a ampliar mi casa familiar, ahora ya vendida,  un chileno cuya familia una vez me invitó al parque de atracciones (tenían un hijo de mi edad también) y que no sé por qué motivos, aún guardo en mi memoria.

En bachillerato, uno de mis mejores amigos tiene sangre mexicana y una de mis mejores amigas de esa época tiene sangre chilena.

En la Universidad Politécnica, donde me gradué de Ingeniero de manera libre y gratuita, uno nadaba en un mar diverso de etnias, culturas, gentilicios e ideologías.

En esa época, formé una bella amistad con una familia cuyo padre boliviano había migrado a Venezuela buscando fortuna. Y el acento de una de mis más queridas y entrañables amigas es una rara mezcla argentino-guayanés.

Así, pues, crecí conviviendo con tal diversidad cultural que me parecía y nos parecía normal.

Años después, para muchos (muy pocos por fortuna) les parece un estorbo, una rara incomodidad, la presencia de tantos venezolanos en sus países.

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