La función del arte

"Diego no conocía la mar. El padre, Sanrtiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arenas, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- ¡Ayúdame a mirar!"

Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos

Pudiera dedicar todo el blog citando, compartiendo y hablando sobre este libro cuyo título evoca lo que todos los libros, al menos los buenos libros, incitan al codicioso lector: un abrazo a la imaginación de otros mundos, posibles e imposibles, cargada de historias y cuentos, verosímiles e inverosímiles (eso sí, ficticios como escribió Garmendia). Este libro (y, en particular este cuento, pequeño e inifinito) lo leí en la soledad de un cuarto ajeno, de una casa ajena, acompañado por una biblioteca ajena; y fue de esas soledades que sirven de vuelo, a esas idas y vueltas, aquellos viajes a otros mundos, a ese país de los sueños, donde iba Helena, a ese lugar "donde se sueñan los sueños"...

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